¿Por qué me dueles Violeta Parra?


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Publicado originalmente en Chileno.co.uk, Inglaterra, el 3 de enero de 2012, y en Revista El Caimán Barbudo, La Habana, Cuba, en su edición 377, de julio-agosto de 2013. Ver PDF del artículo en la revista cubana acá.


O sobre cómo valorar la película chilena “Violeta se fue a los cielos” en noche de estreno en Washington DC

Patricio Zamorano

Tanto me dueles, tanto me doliste esta noche…

Me dueles por que me duele Chile… Eso es, ¿no, cantora? ¿Pintora? ¿Creadora de formas y de ilusiones? Chile te dolió en cada segundo de reconocimiento en los pocos países que el milagro de tu pobreza eligió para cobijar tu canto, tus pinturas, tus arpilleras tan intensas como el brillo de tus ojos tristes. Todo era el vacío si volviendo a la patria allá en el sur perdido de dolores de infancia y de vida errante, el pueblo no te era pueblo en tus sueños de universalizar en la media luna de la audiencia cada gota de creación que exudaba de tus manos. El pueblo no te era pueblo cuando te golpeaba como invierno santiaguino la indiferencia del gran público que  añorabas y amabas tanto. ¿Cuánto artista no ha sucumbido a la soledad del auditorio, amada cantora? Cuánta desesperación, ¿no?, cuando el silencio es sordo de aplausos…

¡Ay cantora de mis adentros! Chile te mató. Chile mató a Víctor Jara. Chile mató a Allende. Chile mató también a Neruda (los milicos sin duda empujaron con su tufo de demonios el cáncer que creció junto con las llamas en La Moneda). Chile mató a De Rokha, otro genio sepultado bajo el frío rumor del Chile oficial. En una brizna de años Chile perdió físicamente a sus figuras más profundas. Perdió a su tierra.  Gimió la tierra.

Años antes, Chile también mataría a su primera premio Nóbel, a la niña sin zapatos del Valle del Elqui, Gabriela de dolores profundos mistralianos, mirando siempre de lado a esa patria sureña que le negaba tanto, a pesar de tanto verso y tanta prosa regalada como en una letanía…

Chile mató la democracia, Chile mató a los comunistas y a los socialistas. Chile mató la alegría de vivir por dos, tres décadas, si sumamos a la frustración concertacionista en los noventa… Violeta, querida, inauguraste con tu gatillo y tu disparo la época oscura que se nos venía encima, ese 1967 fatal, bajo la carpa a la que asistía en esas últimas semanas sólo el viento acompañado de lluvia fría, como solo llueve en el valle del Mapocho.

No te preocupes, Violeta querida.

Chile con tu balazo recibió como un escarnio urgente el fruto de nuestras propias miserias: los milicos se cebaron en pueblo, apoyados a su vez por tanto pueblo torcido en sus devaneos caníbales. El pueblo mató al pueblo. Ese 11 de septiembre de 1973, querida Violeta, tu corazón se habría apretado en una mueca de horror al ver la masacre liderada por el milico patriotero. El Chile que te ignoró en vida, querida Violeta, fue el mismo que apretó tu gatillo, y el gatillo de Allende, y el gatillo del soldado que se ensañó con Víctor, y el gatillo de los miles de ejecutados en la calles de Santiago… (el gatillo eterno, tan largo como el fusil que representa el contorno del Chile real en el mapa de su propia geografía. Santiago, donde la muerte rondó a la mayoría cebada por la masacre, se ubica ahí en el sector aproximado ¡oh dulce ironía! del percutor…)

¡Ay, Violeta, pero quedaron tus canciones! ¡Ay, Violeta, quedaron tus “diecisietes”! ¡Violeta, nos dejaste tu Gavilán, las penas de tu Arauco, tus run-runes que tanto te hicieron sufrir de amor de hembra! Tus guitarras traspuestas te universalizaron, campesina de Lautaro. Tus gracias a la vida, con risa y con llanto, las disfrutan pijes y obreros, cuerpos diplomáticos aprovechan de vender la marca “Chile” y tu alma se contorsiona, un poco irónica, ¿no?, un poco cagada de la risa, de esa risa a la chilena, al mismo tiempo amarga, sarcástica y llena del gozo de la vida, la vida de las islas a la deriva, la vida de la isla Chile, donde vino a morir tu gloria en cuerpo, una Cristo crucificada en maderos de guitarra, para liberarte y liberarnos de tu alma, que vuela, ahora sí, plena de tus deseos, ante el cielo ancho de nuestra miseria…

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